Este artículo es de nuestra amiga, vecina y hortelana Clara Morales.
Yo he vivido muchos años en el barrio y lo he pisado poco, salía a coger el metro para ir al centro de la ciudad y volvía siempre por el mismo camino, en el día a día del trabajo y del tiempo libre, en la vorágine del sistema.
La huerta se convierte en un punto nodal de encuentro e intercambio entre vecinos y vecinas que me ha permitido conocer mejor el barrio, sus rincones y su historia, conocer otros colectivos, hacer tejido y vida de barrio. Participar en común en diversos proyectos de bricolaje, jardinería, culturales y artísticos.
Tocar la tierra. Recupera el contacto, gana en sensibilidad.Trabajar con las manos da un aprendizaje que te hace sentir competente en la tarea: hacer jabones, un taburete, una mesa, un insecticida natural, arreglar la pérgola, el escenario, las gradas, un hotel de insectos. Ya no se reduce al consumo, falta algo y lo compras, es más fácil y más rápido. No, activamente lo arreglas, construyes y reciclas tomando conciencia del proceso que requieren las cosas, da una medida del tiempo en este mundo donde se ha perdido la dimensión temporal y todo queda engullido por el consumo y reducido a la mercancía desechable y reemplazable.
Que no, que aquí no, en la huerta aprendes o vuelves a aprender la medida de las cosas y su valor. Siembras, brota, crece, sale un incipiente capullo y de la flor un fruto. Si, donde hay flor nace el fruto que ya se nos olvida el orden natural. La rutina pausada de la naturaleza de pronto retorna para asombrarnos, es increíble, pasmada exclamo: ¡un pimiento!
Si, no viene dado y no queda invisibilizado por el (de momento) fácil y desmedido acceso al producto en forma de bandeja de pimientos que encuentras en el supermercado.
En la huerta existe el tiempo que requieren las cosas, los procesos tanto físicos como humanos, que construyen vínculos acogedores, cobijo que nos da un poquito de realidad, nada es de nadie y nos apropiamos del espacio para hacerlo nuestro y compartirlo, es un lugar de expresión, amable, donde cada palabra tiene su voz y cada silencio su ausencia, da sentido a una vida en comunidad en la que todos caben.